Sin embargo, los seres humanos pecamos. Y el pecado no nos hace felices porque rompemos la armonía con Dios y con los demás seres humanos. El pecado es muy fácil de distinguir para los de recto corazón porque el pecado va en contra de la voluntad de Dios. El pecado se distingue porque hace daño. Este daño puede ser orientado hacia uno mismo o hacia los demás. Por ende, todo lo que daña a los demás es pecado. Claros ejemplos son el robo, el asesinato, los falsos testimonios, y muchos más. También, hay que tomar en cuenta que todos somos criaturas de Dios, y por eso también debemos de evitar dañarnos a nosotros mismos. La gula, por ejemplo, nos provoca enfermedades alimenticias. Y que decir de la pereza. Esta nos provoca el perdernos la oportunidad de vivir y gozar de la vida. No creo que alguien con la gran inteligencia con la que Dios nos ha dotado elija libremente vivir en el pecado. No tiene sentido vivir en la desdicha cuando se puede ser feliz. Sin embargo el mundo vive en el pecado. La única explicación para que la gente siga en el pecado es que es una enfermedad. Es algo involuntario que domina la razón del ser humano. Y como las enfermedades, hay unas que son más graves que otras. Por ejemplo, así como el cáncer es mucho más dañino que un catarro; existen pecados más graves que otros porque el daño que hace a los demás y a nosotros mismos varía. Por ejemplo, el que roba puede devolver lo que tomó, ¿pero el que asesina como podrá devolver la vida?
La buena nueva es que Dios ha colocado una cura para todas las naciones en la persona de su Hijo Jesús. Pues Dios desea que todos sus hijos se salven. Por medio de las enseñanzas y de la comunión con Jesús, podemos vivir de nuevo en la gracia de Dios y realmente ser felices. Aceptemos pues al Verbo de Dios en nuestras vidas para realmente ser felices como nuestro Padre ha querido.